viernes, 7 de diciembre de 2012


BAYAS (Asier Suárez)



Sólo dos minutos hicieron falta para que me corriera. No sé si era un mal día o la falta de costumbre. Lo que sí sé es que me recorrió todo el cuerpo una sensación de satisfacción inmerecida. Noté como mi cara adoptaba una expresión de pena y culpa.
-Ha estado bien -respondió ella- no te preocupes -seguramente esa sería su respuesta ante la expresión que aún mantenía.
-No sé qué me pasa -empezaba a autojuzgarme- ¿recuerdas el sexo de antes?
-Claro que lo recuerdo - ella se enderezó en la cama y se deshizo su larga coleta rubia- pero este no es tan malo, de veras, no te preocupes, yo me he quedado bien.
Ni siquiera respondí, sólo me levanté y fuí directo a la ducha sin mirarla a la cara. Me dijo algo a lo que no preste atención, pero por su tono de voz supuse que sería algo para aliviarme, así que, sin mirarla a la cara aún, sólo le ofrecí una sonrisa como recompensa No conseguía entender cómo seguía acostándose conmigo. Era ese tipo de chicas buenas, guapas y altas que lo tenían todo solucionado. Papá tenía dinero, mamá también tenía dinero, y los abuelos eran los que habían amasado aquellas cantidades ingentes de dinero. Estaba terminando la carrera, aún hoy día no sé cuál.
Entré al baño dejando la puerta abierta,. Me gustaba saber que ella estaba fuera y podía verme. Sentía una desnudez y desprotección que me hacía sentir bien. Abrí el grifo de la bañera y me senté dentro sin esperar a que se llenase. Me gustaba estar dentro mientras ocurría, más aún después del sexo.
Había conocido a Elena una mañana en la playa. Vino con un grupo de amigas de las cuales yo ya conocía a tres y había follado con otra. Recuerdo haberla mirado durante bastante tiempo. Recuerdo haberme descolgado en sus caderas. Quise parar el tiempo para acercarme y posar mi palma entera sobre su vientre, tenía la casi enfermiza necesidad de besar aquel ombligo.
Oí el ruido de los muelles del colchón cuando Elena se levantó de la cama. Lo más seguro es que quisiera irse después del nefasto sexo que le había dado. Silencio. Cuando me atreví a mirar a través del marco de la puerta la ví. Absoluta. Entera. Completa. Desnuda. La luz de la bombilla del baño la bañaba como bañan los rayos de Sol el mar por las mañanas y por las tardes, con delicadeza. Sus pezones eran maravillosos, te incitaban con su forma y su textura a metértelos en la boca, a juguetear con ellos como un niño juega con un oso de goma. Su piel era quizás demasiado blanca para una chica de Canarias. Puede que tuviera raíces nórdicas. Sea como fuere me mataban sus curvas. Me mataban sus pecas. Me mataban sus tetas. Esas putas tetas. No me las despegaría jamás de la cara.
En el fondo sabía perfectamente que esa relación no me llevaba a nada. Era algo tóxico para mi organismo y para mis sentimientos. Hacía poco que había descubierto que tenía sentimientos y ahora no hacían más que joderme. Por culpa de los sentimientos cualquier gilipollez me tocaba la moral, me dolía. Antes no. Antes era todo un tiparraco al que todo en el mundo se la sudaba.
-Oye, Leo, no te preocupes cariño
-No estoy preocupado rubia
-Sabes que odio que me llames “rubia”
-Y tú sabes que me pones cachondo cuando pones cara de enfadada -no me creía que estubiera bromeando después del sexo catastrófico que le había ofrecido
Comenzó a acercarse a la bañera, desnuda, para acabar sentándose en el borde. Posó sus finos dedos en mi cara, me acarició y besó mis labios con los suyos. Al agacharse observé cómo caían sus pechos de una manera elegante, elegante como sólo ella podía conseguir con su espectacular cuerpo.
Tenía unas pocas pecas debajo de los ojos y en la nariz. Recuerdo que la primera vez que ví esas pecas en lo primero que pensé fue en correrme en su cara. Soy un jodido degenerado, dieciocho años y lo único que pasaba por mi cabeza a parte de las fiestas y las nalgas eran más nalgas en más fiestas y el sexo.
No decía nada. Sólo se me quedaba mirando con su precioso rostro sacado de alguna laguna en algún territorio de mi paraíso isleño, de algún bosque plagado de ninfas del agua. De pronto en su boca se dibujó una sonrisa. Introdujo una pierna en la bañera y después la otra. Se inclinó para introducir lo que quedaba de cuerpo sin mojar en el agua pero se detuvo un poco antes de llegar a empaparse el coño. Hija de puta, lo hacía a propósito porque sabía que me gustaba verla jugar. De repente todo yo estaba excitado, no sólo mi pene, si no mi mente. Bullían en mi cabeza mil y una cosas que hacer con su cuerpo, mil y una cosas fuera de toda moralidad, mil y una cosas sucias, mil y una cosas húmedas, mil y una cosas poco buenas.
Seguimos en silencio. Ella se dió la vuelta dándome la espalda. Ella mandaba. Se me montó encima y el agua comenzó a chapotear. El mundo dejó de girar. Todos los males y los dolores no existían. Sentía el calor interior de su cuerpo, aun con el agua de la bañera podía distinguir su propio “agua” chorreando dentro de ella. Me era imposible apartar mi mirada de sus nalgas. Sus nalgas mojadas, sus putas nalgas perfectas esculpidas por Venus para ser mi perdición en esta vida.No paraba de moverse. No sabía si gemía de placer o por compasión pero gemía y me gustaba. Hice que se agarrara al borde la bañera, que pusiera las rodillas contra el suelo, que su culo quedara en pompa, que mi mente estallara en un complicado collage de escena inequívocamente perversas. Le hice el amor.
Estuvimos follando largo rato antes de que decidiéramos parar por puro agotamiento. Después de tremenda actuación se merecía de sobra un trabajo bucal. Cuando acabé de frotar mi lengua entre sus muslos, sus suaves muslos potencialmente nórdicos, salí de la bañera. Me puse lo primero que pillé en el armario, salí a la calle y compre en la frutería de dos calles más allá un racimo de uvas, una bolsa de picotas y unas grosellas. Caí en la cuenta de que en todo este rato habíamos estado en silencio. Me cobró la sobrina del tendero, una pelirroja de no más de 17 años que siempre me habría gustado empotrar en el cuartito del fondo de la tienda.
El resto de la tarde la dediqué a quedarme sentado en el maravilloso sillón orejero de mi cuarto viendo como Elena se daba un festín de masturbación mientras yo comía algunas bayas y me fumaba algo de hierba.