lunes, 26 de noviembre de 2012

UN DOMINGO SIN NADA MEJOR QUE HACER (Asier Suárez)



Serían las tres y media, o quizás las cuatro. Levanté la vista de la pantalla del iPod para observar las nalgas de la chica que cruzaba la calle. Llevaba unos pantis negros ceñidos que dejaban intuir un tanga fino. En mis oídos se había asentado la melodía del Reggae. Sería buena idea desnudar a la chica que cruzaba la calle con esta canción sonando en los altavoces de su cuarto.”Welcome to Jamrock, camp where the thugs they camp at, two pounds a weed inna van bag...”. Al menos eso sería más interesante que estar aquí un Domingo esperando a alguien que ni siquiera conozco.

        -¿Eres el amigo de Raúl?
        -Sí -respondí- soy yo
      -Ok, ven conmigo, tengo el coche aparcado en doble fila justo ahí -señaló en la dirección por la que yo había venido caminando hacía diez minutos- démonos prisa.
    
      Subí al asiento del copiloto. Detrás estaban sentadas dos chicas. Tenían pinta de extranjeras y de llevar varios días de fiesta sin pasar por casa. Quizás su casa estaba a miles de kilómetros de dónde estaban ahora. Lo cierto es que desde que entré en la Universidad me he dado cuenta del gran número de extranjeras que vienen a las islas con la intención de estudiar, seguramente, lejos de casa, de papá y de mamá y en busca de algunas pollas desconocidas y lejanas al hogar que meterse en la boca. No me habría importado que uno de esos penes que esta rubia venía buscando fuese el mío. Aproveché que estaban en un estado que reconocí como embriaguez para observarlas, sin miedo a ser descubierto, a través del espejo retrovisor. La más guapa llevaba una blusa de mangas huecas holgada que dejaba al aire un sujetador negro que sostenía unas tetas considerablemente grandes que no hubiese importado meterme en la boca. Estaba echada de una manera que parecía poco cómoda sobre el asiento trasero de aquel coche. Tenía estirado el cuello sobre el cabezal. Pude ver que su cuello era largo y aparentemente delicado, como las ramas de un arbusto. Sus gruesos y carnosos labios estaban pintados de carmín rojo y, sinceramente, eran el único aspecto de su disfraz que parecía cuidadosamente retocado hacía poco. Cuando volví a fijarme en su canalillo me di cuenta de que me estaba mirando, sabía que la observaba y seguramente notó el aspecto lascivo de mi rostro, pero no hizo más que sonreir y decir:

     -Aquí en Canarias los chicos miran mucho
     -Sí -alcancé a decir aún asombrado ante la falta de reprimenda por mi descaro- es algo bastante típico -continué diciendo mientras volvía a ojear aquellas maravillas de la ingeniería de la naturaleza.
     -Tenemos que pasar primero por el super a por unas birras -dijo el chico que vino en mi búsqueda- luego ya tiramos para allá ¿ok?
     -Me parece bien -ninguna de nuestras acompañantes dijo nada.
Caí en la cuenta de que aún seguía oyendo mi música, “...come on let's face it, a ghetto education's basic, a most a the youths them waste it...” y estaba más atento a esta que a la que el conductor tenía puesta en el coche.

          Ya habíamos comprado las cervezas y nos dirigíamos al encuentro con Raúl. Conocí a Raúl en mi estancia en Costa Rica y desde que volví a Canarias se había interesado mucho por mi isla, ya había venido de vacaciones, incluso se quedó en mi apartamento unos días en verano. Ahora teníamos entre manos un pequeño negocio. Él se encargaba de cultivar la hierba (nunca más de cinco o seis plantas) repartidas entre dos pisos de amigos suyos aquí en las Las Palmas, y yo solamente tenía que distribuirla llevándome al bolsillo una generosa comisión además de algo de hierba gratis en las buenas cosechas. No tenía que romperme demasiado la cabeza para deshacerme de las cosechas, pues casi toda mi clientela salía de la universidad y la verdad, aunque no fuera una aventura demasiado peligrosa o un negocio exageradamente ilegal y a gran escala, y estaba contento por haber encontrado algo que hacer mientras no estaba estudiando o colocándome los fines de semana.

              Podía notar la tensión en el aire, me recorría todo el cuerpo esa sensación de que estaba corriendo peligro en ese coche pero, ya se sabe, en estas historias siempre se masca la tensión, es común tener en la boca bailando el sabor amargo del peligro. Por ese sabor me metí en este embolao’ , a parte evidentemente de por la hierba gratis, lo que si estaba seguro es que no era por el dinero. Estaba acostumbrado a vivir con grandes cantidades de dinero unas épocas de mi vida y con bocadillos de mantequilla como menú diario otras. No me preocupaba. Aquellas idas y venidas de capital no me importaban porque sabía que, desde siempre, había vivido con una flor en el culo que me sacaba de los apuros, había llegado a dejarle mi suerte entera entre sus pétalos a esa flor. Es lo que tiene ser joven, te da igual todo mientras folles. Yo hacía mucho que no tenía el pene resguardado en una vagina, así que puede que por eso empezase a preocuparme un poco más por la situación tensa en el coche.

   -Es aquí mi colega -dijo el conductor.
Mi colega” ciertamente nunca llegué a entender el esfuerzo que hacen estos bastardos de gimnasio por hacer creer a todo el mundo que son sus amigos.
 -Este no es el edificio dónde me dijo Raúl que nos veríamos
-Ya lo se hermano pero mientras estaba en el super Raúl me llamó para decirme que iba a estar aquí, este es el piso de su primo
-Ok -me giré sin mirar una última vez a aquellas dos guiris. 

Joder, ni siquiera sabía dónde estaba realmente, me había pasado el trayecto absorto, recordando cosas sin sentido, esta mierda me pasaba a menudo y tenía que darle solución porque si no me iba a ver en problemas de atención o cosas así.

       Decidí que antes de subir a dónde me había indicado mi “colega” del coche antes iba a pasar por el bazar que había en la esquina a por algo para comer. Una lata de cerveza y un paquete de Munchitos, nunca falla. El teléfono empezó a sonar. Me cago en la puta, para un día al mes que me da por cargarlo y suena, así lo llevo siempre apagado.

   -¿Sí?
  -Hey ¿dónde te metes? -era Raúl- me dijo Armando que ya te dejó en la puerta del edificio, ¿por qué no estás aún acá?
   -Ya subo Raúl, estaba comiendo algo -dije depués de un silencio que dediqué a bajar casi media lata de cerveza.
   -Ok, apúrate, tengo que enseñarte algo
   -tii-tii -tii...
   
         Mierda, ¿ y si me mata?,podría ser, esas cosas salen en las películas y en los telediarios. Me entró la paranoiaa en la cabeza y no dejé de pensar en eso hasta que terminé de comer. Llegué pronto a la conclusión de que era imposible por varias razones, entre las que estaban que yo no había hecho nada y que los negocios con marihuana de por medio, en su mayoría, son bastante pacíficos, a no ser que estemos hablando de colombianos locos con metralletas que cultivan en la selva, esos tíos están pedrados, no comprendía cómo podían llegar a tales niveles de violencia pervirtiendo la esencia pacífica de la Hierba Madre.Con todo esto en la cabeza me ví, casi sin darme cuenta, en el interior del edificio. Era bastante moderno, suelos y paredes de mármol brillante, un gran espejo sostenido en la pred derecha del pasillo de entrada y , al final, un ascensor que tenía poca pinta de haberse estropeado alguna vez. Cuando estaba dentro del piso del primo de Raúl me abofeteó un olor a porro, me hubiese gustado que hubiera sido de hierba, pero allí dentro olía también a chocolate y a tabaco. También había que sumar a la lista de sensaciones el sonido de largos “sniiiiiiif” que llegaban desde el salón.

         -Hey compadre, pasa -Raúl era uno de los que tenía la nariz pegada a un espejo- ya pensé que no llegabas.
         -Siempre llego -nada más terminar de decirlo me percaté de que ese comentario no tenía mucho sentido pero que, debido al colocón general, no se habrían dado cuenta.
        -Jajajaja me alegro hombre, me alegro -Raúl tenía un acento latino bastante vago, no era de los que lo resaltaban delante de compadres latinoamericanos.
      -¿Para qué querías que viniera? -me extrañaba que no hubiese ofrecido de lo que estaba esnifando, me habría gustado quedar bien diciendo que no.
           - Claro, claro, ven por acá - se levantó y me dirigió a una habitación al fondo del pasillo de la casa. 

Pude distinguir algunos gemidos mientras pasaba entre las puertas cerradas de la casa. Raúl abrió la puerta del último cuarto del pasillo. Tenía toda la pinta de haber sido un baño con anterioridad. Ahora tenía el aspecto de un laboratorio.

             -¿Qué se supone que es todo este trajín?
             -Es nuestro nuevo negocio -me retumbó en los oídos aquello de “nuestro”- vamos a fabricar LSD hermano, vamos a sacar mucha plata de aquí
           -¿Lo estás diciendo en serio? es decir, sabes que fabricar LSD no es lo mismo que cultivar¿no?, es un proceso químico tío, esto sólo lo hacen expertos, entendidos en la materia. Si algo saliese mal podríamos cargarnos a mucha gente.
             -¿Eso qué significa? -me lo dijo con una expresión que no recordaba haber visto en su cara- ¿qué no me vas ayudar? esto lo hago por lo dos, de aquí podemos sacar mucha plata -repitió como si no lo hubiese oído la primera vez o como si creyese que me movía el dinero.- Creo que si no estás dispuesto a avanzar conmigo esta relación de negocios que tu y yo nos traemos no puede continuar.

      ¿Cómo había llegado a esto? con lo agusto que estaba yo en mi casa esta mañana, desnudo en la cama con mi botella de agua fría.

    -No sé por qué exageras las cosas Raúl...
    -El que está exagerando aquí eres tú -la coca parecía haber hecho su efecto catastrófico en el cerebro de mi amigo- si no estás conmigo estás contra mi -dijo con cara de “esta frase es mía”.
   -Muy bien -le respondí tranquilo- si es tú lo ves así, es tu negocio, son tus normas -saqué la mano derecha del bolsillo de la sudadera- encantado -no obtuve respuesta.
 
 Salí de aquel piso sin ningún obstáculo que me frenase. Bajé esta vez por las escaleras con la idea de poder oír pasos en el caso de que me persiguieran. Una vez en la calle bajé la carretera hasta un parque que había un par de manzanas más allá. con las idas y venidas serían cerca de las 7. No me molesté en sacar el teléfono. A pesar de todo lo ocurrido creí que era un buen momento y un gran lugar para hacerme un porro. La hierba estaba ya trillada en una bolsita transparente. Mango Haze estaba escrito en ella a rotulador fino. Lié, prendí, fumé y me fui directo a buscar algún modo de volver a mi barrio. Sonó el móvil.
     
-Hola buenas tardes ¿con quién tengo el gusto de hablar?
   -Leonardo Plata ¿quién es? -debí haber preguntado antes de decir mi nombre.
 -Buenas tardes señor Leonardo, le habla Manuela, verá, le llamamos desde su compañía de móvil...
 -Lo siento Manuela pero me pillas en un mal momento, ciao.
Bajé por la carretera hasta encontrar la parada de guagua. El cartel indicaba que por ahí pasaba la 17. Perfecto.

                   

     

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